Wednesday, February 17, 2010

notas

Juan Manuel Calderón

GARABATEANDO SUPERVIVENCIAS

Se estrena en Lima “Motivos para el exilio”, película independiente de Juanma Calderón, que funciona como la segunda parte de una trilogía que juega con el low-fi, la comedia serie B y la criollada nacional.

Por: Santiago Pillado-Matheu

Es interesante adentrarse en el cine de Juan Manuel Calderón, por varias razones. En primer lugar, porque se trata de una genuina expresión artística que rinde original tributo a lo popular, desde atmósferas dispersas y personajes relajados que poco o nada buscan para satisfacer lo mucho que les podría faltar. Segundo, porque en medio de tanta película nacional realizada cuidadosamente, con tono publicitario y con importantes inversiones en producción y adquisición de actores, pero sin mayor contundencia ni profundidad a nivel de guión, Juanma nos regala una suerte de oda a la carencia, a la ausencia, a la más precaria desfachatez y anarquismo de una clase media que aspira a tener, básicamente, tiempo para huevear. Y en tercer lugar, porque la propuesta, por más incompleta o inconsistente que pudiera parecer, contiene un espíritu vivo, un alma grande, con la que nos logramos identificar a través de la pantalla.

Radicado en Nueva York, desde hace más de un lustro, Juanma esbozó lo que sería una trilogía fílmica que tendría como protagonista a su alter ego, Gabriel Calderón, un director de cine al que se le pasea el alma y que, por ende, se ve involucrado en aventuras realmente fuera de lo común. En 2003, con Giovanni Siccia, Sergio Galliani, Jimena Lindo, Vanessa Saba y un puñado de amigos radicados en la Gran Manzana, filma la primera parte de su proyecto: “Razones para el exxxilio”, una cinta en la que el protagonista quiere filmar una película porno “existencialista” pero le hace falta dinero, el cual es conseguido a través de un integrante de la mafia rusa, quien le pone una única condición: la actriz debe ser su novia, un travesti latino de pésimas cualidades histriónicas y escaso cerebro. La poca prolijidad técnica de la película funciona como un marco que añade carcajada a las insólitas y entrañables conversaciones que envuelven al equipo de rodaje. Gabriel, el director, una especie de “bueno para nada”, de pronto entra en trompo y despide al travesti. Tras amenazas y persecuciones por parte de la mafia rusa, por haber incumplido el trato, saldrá ileso, como por arte de magia, y logrará regresar al Perú con vida. Y es ahí desde donde empieza la segunda película que ahora se estrena en Lima. 

“Motivos para el exilio”, segunda parte de la trilogía, nos muestra a Gabriel como una gran promesa del cine nacional, quien, a causa de su mala experiencia con la ficción, decide dedicarse a realizar documentales. En este caso, un documental dirigido desde Lima, pero realizado en Madrid, que es la intromisión a un sombrío plan esbozado por un grupo de teatro que quiere representar el mito de Inkarri en una pequeña iglesia madrileña, en la que se encuentra la calavera de Pachacútec. Además, los líderes del grupo teatral son hijos de un patriarca, inspirado en Ezequiel Atahucusi, que anhela cumplir una profecía (recuperar la cabeza de Pachacútec) para salir elegido Presidente del Perú.

Director espectador

Heredero, sin saberlo, de la tradición del cine independiente andino, ese que realiza gente como Palito Ortega, Flaviano Quispe, Henry Vallejo y Mélinton Eusebio, Juan Manuel Calderón tiene sus códigos bien en claro, aunque para muchos puedan significar un despropósito: un cine que pretende registrar “momentos” de algo que “está sucediendo”, donde el director es también un espectador. “Una especie de happening, barato nomás, cuyo objetivo más cuidado es que sucedan las cosas, sin pretensiones de nada. Un cine de guerrilla, especialista en supervivencia”.

¿Porqué la idea del exilio?

Porque estaba en Nueva York, pues. La idea creo que aparece con el guión de la primera película y ahí se arma la idea de la trilogía: Nueva York, el éxito, la fama; Madrid, la reivindicación, la venganza de la conquista; y Japón, el honor mancillado, el kamikaze peruano que se inmola para ir a matar a Fujimori. Pero, bueno, desde que empecé con esto ya Fujimori está en Lima y ya perdió sentido todo eso. De hecho, son lugares donde hay muchos peruanos, y eso tiene que ver con la idea de las metas que uno se traza en el exilio, que son las razones por las que uno se va. En ese sentido, en la idea de la trilogía está el asunto de ponerme obstáculos, de hacer algo más tranca cada vez. Plantearme retos cada vez más difíciles, que no necesariamente voy a hacer pero que me funcionan como un proyecto de largo alcance, como algo en lo que ya estoy metido.

“Motivos para el exilio” es filmada en Madrid, pero con algunas escenas realizadas en Lima.

Sí, bueno, yo vine a Lima para terminar algunas cosas, con la idea de garabatear un poco la película. No estaba contento con lo que había hecho allá, no me gustaba, renegaba, estaba todo como muy limpio y al mismo tiempo no decía nada, así que grabé acá cosas para que se entienda menos aún, para que tenga un look más inservible, que funcione mejor con el universo que quiero graficar. Me interesa eso de “lo hacemos”, sin mayor interés por nada, por ningún resultado en concreto. Yo busco unir a mi gente y busco la adrenalina del día del rodaje, eso es lo que me importa, que suceda. Por eso, en las películas que yo hago, cualquiera puede hacer lo que le de la gana.

En la película manejas una especie de simbolismo que hace acordar en algo a Jodorowski, con esa ambigüedad entre lo mágico y lo decadente o gore.

Sí, ya me han dicho que mi cine se parece al de él, pero yo ni lo manyo, no sé quién es; pero lo voy a buscar, ya me ha dado curiosidad. Mi idea es la de graffitear las películas, y por eso volví a Lima a terminar de filmar, porque acá también puedo trabajar solo, con mi cámara en la mano, sin depender de tanta gente. Si te fijas, en la película hay saltos de audio, y un montón de cosas que no están cuidadas. En Madrid ya había demasiada gente interviniendo en la película, demasiada producción para mi gusto. En la escena final, cuando a Gabriel lo botan del carro en la Herradura, está el verdadero mundo del personaje que lleva la trilogía: alguien que no sabe dónde está parado. Por eso es importante que no se entienda mucho al ver la película, porque así entras al universo de este pata que no sabe nada de nada.

¿Cómo es tu dinámica de trabajo como director?

Hay una cosa que me pasa que es como que entro en una especie de shock, no me acuerdo de nada de lo que ha pasado; entonces, como ya está hecho, ya está, ya sucedió. Yo como director también trato de ser un espectador, es decir, convoco a la gente, armo la cosa, digo “acción” y me quito; eso es lo que me interesa, registrar el acontecimiento, el suceso. Lo demás son preguntas que tengo que responder a los actores, al camarógrafo y a los que tienen que ver con la escena. Y una vez que ya está, pues ya está. Ahí queda, ahí lo dejo.

Es como un happening.

Sí, yo fomento que se grabe, que se registre esa atmósfera, como pasa en las películas. Por ejemplo, una actriz que había invitado para la escena final, la que hacía de Juliana en la película del grupo Chaski (Rosa Isabel Morffino), que era perfecta para unir todos los cabos de lo que yo quería decir, cuando además se celebraban los 20 años de la película “Juliana”, se accidentó practicando con el mototaxi y, como no podíamos parar por eso, ahí nomás tuvo que quedar. Vete caminando, le dije al protagonista.

 

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